miércoles, 26 de febrero de 2014

El exilio de las grullas




   Sentado en un reseco tocón de alcornoque y apoyando la espalda  en los restos del viejo muro de  adobe, Bernardo se cala la gorra para  evitar el sol en los ojos y observa en lontananza las figuras que se mueven inquietas en lo que  antes era la laguna de “La Janda”.
 

 Cada arruga de sus viejas manos refleja  el duro trabajo y los pesares de  más 80 años de lucha, y aunque la artritis a veces llega a doler  insoportablemente, aún es capaz de hacer  saltar entre sus dedos una pequeña castaña pilonga que ha encontrado en el camino.  Es lo único que se mueve en su cuerpo, el resto no parece existir; sólo  escucha el canto de las grullas y sus pensamientos vuelven a tiempos lejanos. 



   La primera vez que se fijó en estas aves tenia apenas cinco años y ayudaba a su padre en  los campos que cultivaba cerca de Casas Viejas.  El  pollo apenas tenía unas semanas  de vida  y estaba atrapado en el lodo de la acequia,

   - Padre, padre  -gritó Bernardo-, he encontrado un pájaro muy raro. 
   - Es una pequeña grulla  -le dijo su padre mientras observaba  a la temblorosa ave en manos del chico-.  Vamos a limpiarlo y después lo llevas cerca de los adultos.

   Bernardo se sentó a observar  como  el pollo se unía al resto del grupo y todos gritaban y bailaban como si se alegrasen de recuperar a un miembro de la bandada.

 




 

    En aquellos años la laguna era un paraíso donde las  aves  hacían sus nidadas y  sacaban adelante a sus pollos. Bernardo pasaba los días viendo  las danzas y los primeros intentos de vuelo de los ejemplares jóvenes. Semanas después se alzaban en el aire y volaban junto  a sus padres, algunos grupos volaban muy lejos y no volvían hasta el año siguiente.



   El chico siempre se preguntó donde irían y fantaseaba con que algún día emigraría con ellas; lo que en aquellos momentos no podía imaginar era el modo en que sus sueños se harían realidad.

 

 
   Tres años después algunos campesinos afiliados a la Confederación Nacional del Trabajo iniciaron una insurrección  que se saldó con dos Guardia Civiles del cuartel de Casas Viejas heridos de gravedad. Cuando  llegaron   los refuerzos algunos vecinos  se encerraron en sus casas.*

    Bernardo y sus padres junto a otros compañeros huyeron a los campos.

    -Quiero que vayas a recoger  a las mulas y las lleves a la cuadra  -le dijo su padre a Bernardo-, luego espera allí hasta que volvamos a buscarte. Nosotros vamos a la casa del tío Paco.

   El tío Paco nunca le había caído bien, ¡Era como un fantasma que siempre estaba manchado de carbón  y tenía aquella terrorífica mano con seis dedos! Así que se alegro de no tener que ir a su casa.

   Bernardo recorrió el sendero hasta donde  descansaban las mulas y las condujo a la cuadra, a ambos lados los campos bullían de grullas  que apenas le prestaban atención.

  El sol se fue ocultando tras el horizonte mientras  el chico esperaba junto a la cuadra observando como las grullas alzaban el vuelo y los bandos se alejaban a la laguna para dormir. Poco a poco la algarabía de las aves se fue acallando y la noche quedó en silencio, pero tiempo después el trueno de los disparos sobresaltó a  Bernardo.

    La Guardia Civil al mando del capitán Rojas estaba acribillando la  casa de adobe  del tío Paco. El chico corrió campo a través sin ver apenas donde ponía los pies, pero  cuando llego la casa estaba en llamas y sólo Catalina, la nieta del “seisdedos” estaba fuera llorando, con un niño en los brazos,

   Bernardo busco a sus padres, estaban en el suelo, acribillados a balazos cuando intentaron huir del fuego. Quiso acercarse pero una mano con seis dedos le retuvo, alzo la vista y contempló el rostro húmedo de Catalina “la Libertaria”

   -¡Vámonos de aquí!  -dijo




 
    Exiliados  de su pueblo y de todo lo que conocían, no fue  fácil comenzar una nueva vida en la pequeña población francesa de  Mauntauban,

    Incapaz de soportar  las miradas y los llantos durante los primeros años, Bernardo abandonaba las calles y recorría en solitario los campos cercanos. Así descubrió uno de esos lugares lejanos donde volaban sus amigas las grullas.

    Durante años de observación llegó a conocer perfectamente su comportamiento y era capaz de reconocer algunas de las que volvían cada temporada, pero nunca más volvió a encontrar ningún pollo.


     El día que cumple 90 años Bernardo vuelve a Casas Viejas. La laguna de “La Janda” ya no está, la han desecado y al igual que a él, han desterrado a las grullas. Estas siguen regresando cada año para enseñar a las nuevas generaciones cual era su hogar pero no han vuelto a hacer allí sus nidos.


     Son los primeros días de Marzo, el sol empieza a calentar con fuerza las tempranas flores del campo. Las últimas grullas están nerviosas, saltan y gritan en el suelo  resistiéndose a dejar “La Janda” pero desde el aire sus compañeras las llaman y poco a poco van alzando el vuelo; no volverán hasta el próximo año.




    Apoyado en los restos del muro de adobe de la antigua choza de “Seisdedos”, Bernardo las ve alejarse con su trompeteo hasta que ya no las oye.

   Un año es demasiado tiempo y Bernardo no lo tiene.
   El movimiento de sus dedos jugando con la castaña va perdiendo velocidad, el fruto cae al suelo y rueda unos metros hasta que tropieza con una olvidada pluma de grulla y allí se detiene.

 Ahora nada se mueve; ni la arrugada mano, ni la respiración en el pecho, ni el latido del corazón, ni los cristalinos ojos con la mirada fija en el cielo.

Bernardo vuela con las grullas.

  

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*Los Sucesos de Casas Viejas en 1933 forman parte de muestra historia reciente